22/10/10

La casa de la bruja Baba Yaga

 

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Hace mucho tiempo, en la antigua Rusia, en un bosque de abedules blancos de una tierra muy fría, vivía una anciana, huesuda, de cabellos color de plata y que andaba con una pierna normal y otra que era sólo hueso. A la anciana, temida por toda la aldea, se le reconocían dones y poderes extraordinarios. Algunos decían que dominaba los vientos, otros que era ella la que determinaba el cambio de las estaciones, o las lluvias, las mareas, las fases de la luna y hasta los eclipses. Los aldeanos le otorgaban un poder maléfico y hasta aseguraban que se alimentaba de niños y jóvenes.

A esta anciana todos la conocían como la bruja Baba Yaga.

Alguien la había visto volar por las noches en un mortero gigante y que la mano del mortero le servía para remar en el aire.

En el bosque de los blancos abedules tenía su casa. Una casa extraordinaria. Era pequeña, de madera con el techo muy empinado, una sola puerta y una ventana redonda por donde se podía ver a la anciana pegada al cristal observando al mundo. Pero lo más interesante de la casa era que no se asentaba sobre el suelo , sino que dos enormes patas de gallina la sostenían y le permitían girar sobre sí misma y darle la espalda a algún visitante inoportuno y fisgón. Izbushka, así se llamaba la casa, guardaba un misterio en su interior. Los habitantes de la aldea afirmaban que entrar a la Izbushka era entrar a la antesala de la muerte, el paso sin retorno al inframundo.

Lo cierto es que Baba Yaga había sido, en su juventud, una hermosa muchacha, se había enamorado apasionadamente de un joven soldado. De ese amor, nació una niña , que muy temprano conoció todas las penurias y privaciones. Su madre, Baba Yaga, la cuidó y crió con todo su amor, ya que el joven soldado, murió en la guerra absurda. Hiizo de madre y de padre, cultivó la tierra fría, aprendió a observar el cielo, y a extraer de las plantas todo lo que ellas querían darle. Hasta las piedras eran sus amigas. En esa joven maternidad ella llegó a sentirse parte de la tierra. Cuidó y crió a su hija en la más completa libertad. Así se ganó el odio de los aldeanos que no tardaron, con su ignorancia y envidia, en creer que la joven del bosque , era una bruja.

Con los años la creencia se impuso a la realidad y se difundió por todo el país. Hasta el Zar creía que Baba Yaga era una terrible bruja, contaban de ella las historias más atroces. Hasta se escribieron cuentos para asustar a los niños.

Ludmila, la hija de Baba Yaga, creció en ese ambiente hostil de los aldeanos, pero el amor de su madre no fue suficiente para retenerla en aquel lugar, y un día con el dolor de su alma se fue de allí a conocer el mundo. A su partida Baba Yaga, pintó encima de la puerta un hermoso gallo rojo, como conjuro que indicara un nuevo amanecer para su hija.

El tiempo pasó y Baba Yaga, acumuló un enorme conocimiento de la vida. Mientras su casa en el bosque no dejaba pasar a casi nadie, sólo los que sabían hablarle eran los que podían acceder a ella.

Al llegar se la encontraban escondida por las ramas de los árboles entonces sólo si sabían las palabras correctas, la casa giraba sobre las patas de gallina, y dando la espalda al bosque se abría a los elegidos. Era muy difícil de encontrar a la casa en el bosque ,ya que éste era muy extenso y todo poblado por la misma especie de abedules, que hacían que el viajero creyese que siempre estaba en el mismo lugar. Además la casa con sus patas de gallina , se movía y se escondía en la espesura si sospechaba algo de los curiosos que se acercaban.

Ludmila se hizo una mujer adulta tuvo una hija y un día se encontraron camino de la aldea, a su paso escucharon las más inverosímiles leyendas acerca de Baba Yaga. Al llegar al límite de la aldea y el bosque no dudó en adentrarse en él en busca de la casa , Izbushka, la casa de su madre , la casa de la abuela de su hija. Caminando por el bosque enmarañado encontraron, al atardecer, entre ramas y hojas secas, la casa aposentada sobre las patas de gallina. Se pusieron frente a ella y Ludmila pronunció tres veces: Izbushka, Izbushka, da la espalda al bosque y ponte frente a mi. Mágicamente la casa se levantó y giró para mostrar la entrada, por la ventana se podía ver la sombra de Baba Yaga proyectada por la luz de un candil.

Cuando entraron Ludmila encontró su hogar transformado, por todos lados había luz, plantas crecían en el interior y por el techo se veían las estrellas y otros mundos, en el suelo la tierra húmeda les invitaba a descalzarse, un perfume suave las llevó al lecho de Baba Yaga. Ella yacía muy viejita ya , esperando la llegada de su hija y su nieta, tenía un legado importante que dejarles, el secreto que guardaba su casa. Para ello Ludmila debía formularle cien preguntas, esas cien preguntas tendrían su respuesta, pero cada respuesta envejecería a Baba Yaga, un año más. Ludmila se resistía a formular las preguntas, porque entendía que al responderlas su madre moriría. Baba Yaga la miró fijamente, su mirada le suplicaba que empezara con las preguntas, porque esas respuestas eran las que le traspasarían la sabiduría acumulada a una mujer joven y por lo tanto aseguraban la continuidad del conocimiento.

Poco a poco , con lágrimas en los ojos, Ludmila fue haciéndole las preguntas a Baba Yaga y ella, mientras su vida se apagaba, fue contestándolas una a una. Cuando contestó la última, Baba Yaga era apenas un montón de huesitos sobre la cama, el último aliento atrajo al viento del norte, que hizo girar la veleta de la casa . Izbushka, ahora la casa del conocimiento, se puso en pie y empezó a caminar lentamente en busca de un nuevo horizonte.

Al amanecer el sol brindó sus primeros rayos dorados sobre el gallo rojo de la puerta, que Baba Yaga pintó el día que Ludmila fue en busca de su vida y de su libertad.

Juan C. Gargiulo Basardilla 10 octubre de 2010