31/7/08

Migraciones

Cerré la puerta, y allí quedaron dos años de mi vida. Dos años en que vi nacer de los cimientos esta casa que entrego ahora. Una casa que portaba una parte de los sueños de los inmigrantes. Asistí su derribo y a su nueva vida. Derribar para construir. Despojarse para vestirse otra vez, quizá más ligero, más desnudo, con menos adornos, más expuesto a la luz. Allí en la casa de Enrique Martínez, hice mi primera experiencia. Todavía hoy me sé de memoria su plano, sus rincones, las tripas que hacen correr la energía que la sirve. Vi crecer la vida en ella mientras me colaba diariamente como resistiéndome a dejarla.
Sus pinoteas del suelo fueron luego cielorrasos y muebles, su fachada revocada estilo Art Decó, se entregó a la nueva piel de vidrio y metal, que completó sus huecos y le dio un mirador sobre su cornisa.
Un italiano , algunos paraguayos, otros bolivianos, judíos-rusos, polacos, todos aportamos a su renacer. Y un sueño ....

En el patio de aire y luz de este pequeño apartamento de Madrid, se oyen las voces, algunos niños lloran, cuerdas con ropa menuda cuelgan de ventana a ventana. Olores nuevos-viejos ascienden por el hueco, hacia un cielo de verano. El recuerdo de los conventillos de Buenos Aires, cuando los abuelos se abrían paso en el sendero cubierto por la hierba.

Diez lugares distintos en un año.
Los bártulos cada vez más voluminosos, de aquí para allá. La incertidumbre de no tener papeles. La certidumbre de un sueño y la voluntad de servir, de ponerme a prueba, aunque sea gratis. A alguien le interesará lo que sé hacer.

Cerré la puerta, y allí quedaron dos años de mi vida, y dieciocho en España. Un sueño, y su transformación. Un hijo, una separación, un encuentro-corazón, otro hijo. Despojarse para seguir, aligerar el equipaje, desnudarse a uno mismo, para desanudarse. Migrar es dejar, entregar, despegarse de los objetos, o del objeto del afecto, para refundarse en él y en la entrega. Perder todo para encontrarlo todo.

Basardilla, 31 de julio de 2008