28/6/07

Autobus

El dolor en el hombro está como anestesiado. Me acomodo en el asiento 16 de este autobús que me llevará a casa. La gente empieza a subir lentamente, buscando en la oscuridad su número de asiento. Los rostros no se parecen a los de catorce años atrás cuando viajaba de Madrid a descansar los fines de semana en Segovia. Hay estudiantes, gente joven, y rostros de nuevos inmigrantes. Antes el humo invadía el interior del autobús, ahora sólo los timbres de los teléfonos móviles y las ondas cortas que estos emiten me atraviesan por todos lados.

Los asientos tienen la distancia mas reducida. Compruebo en una pegatina que indica la capacidad del vehículo la cifra de 51 ocupantes incluido el conductor.

Por mas que lo intento mi cuerpo no logra acomodarse a estas medidas, no se que hacer con las piernas, que tengo pegadas al asiento delantero. Temo por mi brazo derecho y mis hombros que me están advirtiendo de algo toda esta última semana. Julio me acaba de pinchar con agujas de acupuntura y me siento mejor. Aunque cuando salí del metro empecé a temblar un poco. Mientras esperaba la salida del autobús de las ocho, perdí la noción del tiempo y el coche, porque me distraje mirando el manto dorado de la tarde en la copa de los árboles que empiezan a brotar. Una luz que los transporta al otoño cuando se desnudan para permitir que los rayos mas débiles del invierno calienten a los seres que deambulamos a sus pies.

Ahora desde adentro del coche veo a través de las siluetas a contraluz que suben y se acomodan, los troncos y las ramas bajas incendiadas por el crepúsculo. El coche arranca y se desliza hacia la sierra. Miles de coches atiborran los carriles, febrilmente luchan por salir de la ciudad durante una semana en que sus ocupantes podrán perderse de las rutinas cotidianas y embarcarse en las rutinas de las vacaciones.

El gordo del asiento delante de mí, en un movimiento brusco, reclina su asiento y me deja atrapado como en una trampa de osos. Mi esqueleto se retuerce y la articulación del brazo derecho me recuerda su existencia. Con un golpecito leve llamo la atención de la masa viviente del asiento delantero y le solicito que vuelva el asiento a su posición normal. Airadamente me contesta con palabras inconexas acerca de su cansancio y tras cartón pela un móvil que entre sus manos es como un juguete ridículo. Intenta inútilmente manejar las minúsculas teclas con las morcillas que tiene por dedos. La pantallita muestra cosas que evidentemente a él no le sirven y cada vez mas nervioso teclea, mientras la luz le ilumina el perfil ansioso y desquiciado.

Los cristales del autobús se empañan lentamente, el tráfico de coches es como un cardúmen en busca de la boca del túnel que cruza la sierra y conduce a los paraísos prometidos.

Suena un móvil un asiento mas atrás, en la fila de la izquierda. Una mujer que parece peruana o ecuatoriana, responde con alegría a un familiar que la estará esperando. Otra chica en el asiento de delante de la peruana, se calza las gafas y abre un ejemplar de Cocina Fácil regodeándose en sofisticadas recetas mientras marca en su móvil un número que no contesta. Pasa la página e insiste en comunicarse por teléfono. El hombre del maletín que apagó su cigarro antes de subir, en un gesto inquieto busca en los bolsillos de su chaqueta el infernal aparatito e inicia una llamada.

Mis pensamientos vagan con la fiebre del dolor, la despedida que se aproxima, las traiciones, y esa falta de conciencia de mi cuerpo que hoy me acusa con el dedo en la articulación del hombro derecho.

Pegada al cristal, junto a la peruana, una mujer joven entrega su perfil a la luz que el cielo del anochecer nos envía. El vapor se ha condensado y corren lágrimas de sangre por el cristal. Su perfil ennegrecido como una viñeta de humo gira mientras sostiene otro artefacto pegado a su oreja.

La sierra aplastada por el plomo de las nubes se cubre de un velo de novia rosado esperando nuestro paso. La banda central de la carretera se introduce en el espacio del parabrisas entre un destello rojo y otro verde del panel de control. Por la radio suena una melodía en inglés y desde el fondo pequeños aparatos me devuelven ecos confundidos de música de moda. Mi articulación parece que ha aumentado de volumen . Un parpadeo de luces sobre la portada del periódico se va espaciando hasta desaparecer, el túnel ha quedado atrás. Las conversaciones con seres que están afuera de esta nave arrecian como olas en una tormenta. Todos estamos solos, aislados, sentados, mirando hacia el futuro, las miradas se han cegado, los oídos programados para determinadas frecuencias, las palabras salen del vehículo por hilos invisibles atados a una imagen que no está. El de al lado, el de enfrente, o el de atrás, no existen. Estamos solos en este camino hacia ninguna parte.

En el bolsillo de mi cazadora suena una tarantela, la dejo sonar, y las miradas de alrededor confluyen hacia mi móvil, mientras miro por la ventana empañada, las luces de nuestro destino.

Segovia, 5 de abril de 2004


20/6/07

Al alba ,ciudades sin vos.

No sabía que estabas despidiéndote. Cuando viste la foto, me dijiste que en esa escalera te sentarías a esperar.
Llevabas una semana triste, no encontrabas tu lugar. Una mañana me arrancaste del estudio y café de por medio con los ojos vidriosos me confesaste que habías quemado las naves.
Media vida fuera de la raíz, la ilusión de regresar, la oportunidad de crecer y reconstruir los tejidos heridos, de sanar los vínculos, de recuperar un lugar; se esfumaron con la vuelta a las andadas de los milicos.
Una tarde de otoño de 1992, una visión de caminantes, te atrajo a la sala, donde imagenes del país te reclamaban. Y fue justo al pie, mirando por la ventana del piso 11, reconociste tu paisaje de antes del exilio, ese que llevabas en tu interior, mágicamente yo te lo devolvía en una foto, no era otra que mi última imagen de Buenos Aires antes de emigrar.
Con los ojos vidriosos, mientras las mellis buscaban Rauch en un mapa, me estrechaste tu mano y nos hicimos amigos.
Fantaseamos con proyectos, compartimos mesas y nacimientos, tu música y tu poesía entró en mi vida. Amamos juntos las ciudades al alba, tú poniéndole palabras a la tinta de sus venas y yo frágiles imagenes.
No encontrabas tu lugar, sin saber que ese lugar estaba en el corazón y los ojos de los otros.


A Jorge de Ortúzar , de esto hacen 10 años.

18/6/07

Reyes

..Con la escoba barro las últimas hojas del otoño que pueblan el patio.

El griterío de los pibes estrenando los juguetes que trajeron los Reyes se confunde con el sonido de las hojas secas y la poca nieve que ha caído. Las montañas están ocultas por las nubes de frío.

Un golpe en la espalda y ahí queda picando. Agarro la pelota entre mis manos y miro alrededor. Los chicos de la cuadra se esconden detrás de los árboles. A uno lo veo asomar la nariz.

Recién bajado del 33 y ya me han manchado el traje . La mañana esta radiante , el calor hacia las doce va a ser sofocante y yo enfundado en este traje antediluviano. Camino una cuadra , en la esquina, Don Héctor sale a saludarme , me felicita por la pinta y por el día. Por Escalada gira un flete cargado de alguna mudanza. El tren pita en la estación de Sarandi.

Toco el timbre medio cachuzo. El gato viene caminando por el borde de la pared de panderete que separa del baldío de al lado. Desde la puerta del fondo aparece ella, con una sonrisa que le ocupa toda la cara, los cachetes colorados delatan su emoción.

- Pasá no te quedes ahí como un muñeco de torta. En la cocina todavía queda para unos mates.

Mientras se pone el vestido color salmón que compramos el otro día , me pregunta: -¿Sabés qué día es hoy?

Miro el calendario de la panadería de Don Francisco.

-Si 6 de enero de 1983 , Reyes, contesto chupando el ultimo mate.

-¡Pero no boludo! Hoy es el cumpleaños del Partido. Si mi viejo viviera estaría chocho .

-¿Estás lista?

-Esperá un cachito que ya salgo.

Su carita se asoma por la puerta entreabierta, el color de sus cachetes se ha extendido al vestido que la cubre toda de emoción.

Me agarra un temblor bobo.

-¿Tenés todos los papeles? ¿Qué hora es?

Tranquila tenemos tiempo.

¡¡Con qué cara nos van a mirar en el bondi, vestidos así!!

Y bueno piba uno no se casa todos los días.


Segovia, 6 de enero de 2003.



11/6/07

Luna llena


Subiendo por la calle de la Fuente Blanca, me voy encontrando con los perfumes de la noche, que la proa de ese antiguo huerto, convertido en jardín , me entrega al paso.
Frutales cargados de peras y manzanas, rosales y esa humedad que me transporta a las noches de verano de la infancia en un suburbio de Buenos Aires.
Los grillos, las chicharras, me regalan su serenata nocturna.
Al llegar a lo alto de la calle, un remolino de gente, bajo el alero de una casa; munidos de un palo de escoba, tratan de quitar a una minúscula rana de la pared, ésta se les escapa cada vez mas arriba.
En el rincón opuesto dos chavales juegan frenéticamente en un ordenador portátil, mientras a sus espaldas, tras el cerro, despunta colorada de vergüenza la luna llena.



Canales, León 31 de julio de 2004